Las noticias no pudieron ser más desagradables. Marion querÃa, para su duodécimo cumpleaños, una «nube esponjosa, y no de esas de azúcar, sino una cogida del cielo y lista para dormir en ella». Y ya está. No un poni, ni una fiesta de pijamas con sus amigas, sino una nube.
Asà que ahora, en estos precisos instantes, me estoy tirando de los pelos. Mi cuarto está lleno de dibujos de nubes, trozos de cartón recortados, plastilina, rotuladores y bolas gigantes de pelusilla blanca. Estoy seguro de que si soplara el viento ahora mismo se formarÃa un salicor gigante, conmigo dentro.
Pasa el tiempo y su cumpleaños se acerca. Aún no tengo nada parecido a un regalo, ni siquiera ideas. La pequeña Marion me odiará de por vida si no le entrego esa nube, ¿pero qué puedo hacer?
Los gemelos juegan en la alfombra. Se están tirando trozos de plastilina—diantres, mi plastilina— a la cara. Entonces, como venida de la nada, se me ocurre una idea. Vuelvo a mi habitación, cojo la foto de una nube y voy a la cocina. Le encantará.
*
El momento de los regalos ha llegado. Marion me observa con sus ojos enormes, cejas arqueadas y sonrisa pÃcara en los labios. Cree que no he conseguido la nube.
Y bueno, en cierto modo, yo creo que sÃ.
Avanzo con una bandeja y la dejo encima de la mesa. Retiro la tapa de golpe, y sonrÃo al ver cómo el rostro de Marion se transforma entero en una sorpresa.
—Aquà tienes—digo, señalando el pastel azulado— una «nube esponjosa, y no de esas de azúcar, sino una cogida del cielo y lista para dormir en ella». Feliz cumpleaños, Marion.