Durante los primeros retazos de mi inmortalidad, me dediqué a presumir del don que me habÃa sido concedido. Fui alabado y odiado a partes iguales, y mientras mi presencia marcaba las vidas de las personas que iba conociendo, yo olvidaba sus caras al cabo de unas horas. El tiempo iba perdiendo significado hasta que, un dÃa, dejó de existir.
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Volvà a la civilización y me limité a comprobar la repercusión que habÃa causado en la Historia. ¿Se hablarÃa de mà a los niños? ¿HabrÃa libros escritos contando mis viajes y mis enseñanzas? No podÃa evitar aquellos sentimientos encontrados.
Desagradable sorpresa fue ver que nada se habÃa alterado tras mi desaparición. En algún momento de las vidas de los mortales mi leyenda habÃa sido olvidada, y no tardé mucho en comprender que en realidad nunca fui algo parecido, sino un pobre hombre con la ambición desatada.