La bomba les sorprendió a todos. Instantes antes se encontraban reforzando la base militar, fortaleciendo las trincheras y ayudando con los heridos. La palabra «descanso» no figuraba en el diccionario profesional de los soldados. Todas las acciones estaban coordinadas en grupo; la eficacia en sus acciones, sin ninguna otra competidora, era el primer principio de todos los que componÃan el credo militar.
Fue un mes duro. Durante dÃas, intensas réplicas azotaban el paÃs, convirtiéndolo en un hervidero de vÃctimas. Desde los helicópteros, reporteros extranjeros retransmitÃan, y proyectaban en las casas de todo el mundo, atroces imágenes sobre lo sucedido. El caos se hallaba en cada esquina, en cada persona y en cada grano de arena, que dÃas antes habÃa pertenecido a los cimientos de algún hogar.
Un dÃa la guerra acabó. Los estruendos dejaron de acompañar los sueños de los pequeños supervivientes que se agazapaban entre ellos en tiendas de refugiados. Por primera vez en un mes, una eternidad para todos aquellos que vivÃan y morÃan allÃ, el amanecer no fue precedido a una alarma de emergencia. El canto de los pájaros iluminó el cielo, que seguirÃa encapotado durante muchos dÃas más.
Un soldado salió de la tienda y dejó que el sol bañara su rostro, profundamente marcado por las huellas del terror. Se quitó el casco y, tras contemplar cómo el sol se ponÃa en lo alto, sacó una foto del bolsillo del pecho. Su mujer y sus hijos le sonreÃan desde el salón de su casa, lejos, muy lejos de allÃ. Derramó lágrimas amargas; se liberó de aquel sufrimiento que las balas no habÃan sabido eliminar.
Mientras se encaminaba hacia el avión no pudo evitar mirar atrás. «Otros no han tenido tanta suerte. Eran igual de fuertes, igual de ágiles, igual de humanos; también tenÃan familia y esperanzas. Compartimos secretos y planes de futuro. ¿Y hoy, qué queda de ellos? No, el recuerdo no es suficiente cuando quieres a alguien.»