En ocasiones, para lo único que te sirve la fuerza de voluntad es para aguantar sufrimiento innecesario. Impulsado por la idea de que jamás debes de rendirte, el dolor va erosionando tu cuerpo. Mientras cabeceas en la cama intentando dormir, piensas en lo que te está sucediendo y lloras.
«Nadie dijo que fuera fácil» es lo que te repites para seguir al pie del cañón; sujetando en una mano una espada y en la otra una toalla, quieres avanzar sobre arenas movedizas. Ellas van serpenteando entre tus piernas, absorbiéndote poco a poco sin que realmente te des cuenta de que estás perdido. Para salir de allà quizás debas hincar la espada en las arenas y dar un gran salto, pero ellas no te lo permitirán. Y esa toalla de poco te servirá para seguir caminando.
A veces te entrarán ganas de llorar y de dejarlo todo. ¿Quién podrÃa echártelo en cara? ¿Quién querrÃa? Todos nos hemos sentido asà alguna vez. Sin fuerzas, sin energÃas, viendo cómo las arenas movedizas tragan hasta nuestra voluntad más férrea. De vez en cuando verás una mano a lo lejos y te aferrarás a ella, pero solo podrás avanzar asà unos metros. Esa mano desaparecerá pronto, o quizás no aparezca nunca. La lucha siempre es individual.
Sigue andando: un dÃa dejarás de hundirte. La tierra volverá a ser sólida y correrás tan rápido y tan lejos como quieran tus pies, y podrás conseguir lo que deseas. Probablemente todo es perfecto entre el camino y el destino, asà que intenta no mirar al suelo mientras tanto.